En la primera infancia vivimos inmersos en el mundo emocional. Debido a nuestra elevada conexión interior, estamos muy cerca de la esencia y nos expresamos limpiamente, sin filtros ni condicionamientos. Sin embargo, al crecer, nos vamos centrando en la mente, olvidando y desatendiendo progresivamente a la voz del corazón como forma de adaptarnos a nuestro entorno y alejarnos del dolor emocional. Dejamos de ver el mundo tal cual es, comenzamos a verlo y entenderlo bajo el filtro de nuestras creencias, valores y condicionamientos: nuestras “gafas” personales. Esta percepción selectiva desarrolla el ego y nos lleva a tomar decisiones desde la desconexión interior.
Vivir en la mente siempre genera algún grado de incoherencia, ya que estamos desconectados de la guía interior, que se expresa en lenguaje emocional. La mente por sí sola no sabe, el que sabe es el corazón. Cuando no somos conscientes de nuestras emociones, es imposible pensar y actuar en coherencia con nuestro sentir, lo cual genera desarmonía interior. Cuando esta tensión interna es demasiado grande, el organismo reacciona a esta información en forma de síntomas o enfermedades.
¿Cómo podemos saber cuál es la calidad de nuestras decisiones? Cuando la decisión que tomamos nos produce paz hay coherencia, cuando produce estrés hay incoherencia.
Para recibir las señales del corazón, es necesaria una mente tranquila, relajada, un estado de receptividad, de atención serena, que nos permita llevar nuestra atención hacia el mundo interior. Es fundamental dedicar tiempo a estar tranquilos en soledad, en comunión con nosotros mismos. De esa manera, podremos escuchar y comprender la voz de nuestro corazón. Con el tiempo, lograremos llevar ese estado de conexión interna a todos los momentos de nuestra vida.
“La felicidad se alcanza cuando lo que uno piensa, lo que uno dice y lo que uno hace están en armonía”, dijo Gandhi. El alineamiento entre lo que siento, lo que pienso, lo que digo y lo que hago, genera coherencia, y esto en el fondo nos está hablando de salud, bienestar y felicidad.
Cuando no somos coherentes, nos sobreviene el estrés. Detrás del estrés, siempre está el miedo: a ser rechazado, excluido, a no tener, al fracaso, a la soledad, a perder el control sobre las situaciones o las personas que nos importan… Todos estos miedos nos hacen aceptar situaciones, decir cosas o callárnoslas y comportarnos de modo incoherente con nuestras verdaderas necesidades internas, lo que nos genera enfermedad y sufrimiento.
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